Las abuelas y los abuelos de tradiciones ancestrales, llenas de sabiduría, cuentan que este planeta es un gran salón de espejos, donde cada espejo es una relación en nuestra vida.
Y más aún, dicen que toda relación conflictiva funge como un gran espejo humeante que nos invita a mirar en ese humo, la distorsión y las creencias que sostienen nuestras percepciones falsas.
Todo dolor y sufrimiento provenientes de nuestras relaciones humanas emergen de creencias basadas en heridas, por ejemplo, de abandono, de no merecimiento, de ausencia… y sobre todo de separación.
Los conflictos que vemos afuera, en nuestras relaciones sólo nos cuentan que, en realidad, existe un conflicto adentro… adentro de nosotros.
Así, por ejemplo, la ruptura de una relación amorosa que nos lleva a un profundo sufrimiento no es más que el momento divino para permitirnos mirar hacia adentro de nosotras, del espejo que somos, e intentar amorosamente desvanecer el humo negro que nos empaña y que nos impide mirar lo que esencialmente somos: armonía, alegría de vida, luz.
Será importante preguntarnos: ¿De dónde vienen las creencias que sostienen el dolor de separación? ¿Qué ha sucedido en mi historia personal, en mi infancia, en mi adolescencia? ¿Qué ha sucedido en mi historia familiar? ¿Cuándo me di la orden de no amar? ¿Cuándo me conté que no merecía ser amada? …
Será importante en todo momento recordar nuestra humanidad y tener presente que todo sentimiento y emoción son bienvenidos.
Luego, tras mirar nuestras heridas individuales, vamos a permitirnos echar un ojo a las heridas provenientes de creencias colectivas; nos sorprendería lo que podemos llegar conocer y reconocer acerca de cómo se ama en nuestro país, en nuestras sociedades.
Y tras mirar todas las creencias terrenales que sostienen nuestro dolor, podemos intentar con mucho cariño, amor y respeto, buscar en nuestro ser la herida original… esa que nos trae la memoria de cuando en un big bang cósmico el gran corazón se rompió en pequeños pedazos que conformaron galaxias, sistemas, planetas, seres, y empezamos a creer que estábamos separados, que habíamos sido abandonados, y la vida humana se comenzó a soñar.
Muy profundo en nuestra alma habita esa herida de separación que tiene que ver con la separación primera, y por eso, algo de cada ruptura y pérdida en nuestra vida humana nos recuerda esa pérdida primera de la inocencia.
En realidad, cada dolor y conflicto en nuestras relaciones nos está diciendo a gritos que no olvidemos la gran verdad: que somos unidad, que somos un corazón latiendo.
TOMADO DE LA RED